Ejercicio físico y Alzheimer: un enfoque terapéutico prometedor
- Francisco Gómez Almeida
- hace 15 minutos
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La enfermedad de Alzheimer (EA) es la forma más común de demencia, afectando a más de 700.000 personas solo en España, con una proyección alarmante de crecimiento en las próximas décadas. Frente a un proceso neurodegenerativo irreversible y progresivo, la ciencia ha puesto el foco en terapias no farmacológicas que puedan ralentizar el deterioro funcional y mejorar la calidad de vida. Entre ellas, el ejercicio físico ha emergido como una herramienta terapéutica clave, no solo como método preventivo, sino también como parte del tratamiento integral del paciente.
Impacto del ejercicio físico en la fisiopatología del Alzheimer
Diversos estudios científicos, como los publicados en la Revista Atención Primaria y la Revista Andaluza de Medicina del Deporte, han evidenciado que el ejercicio físico provoca múltiples adaptaciones beneficiosas tanto a nivel metabólico como neurológico en pacientes con Alzheimer. A nivel cerebral, el ejercicio estimula la neurogénesis en el hipocampo, región esencial para la memoria, y promueve la sinaptogénesis y plasticidad neuronal, lo que puede ralentizar la progresión del deterioro cognitivo.
Asimismo, se ha observado una reducción en marcadores inflamatorios y una mejora en el perfil cardiovascular y metabólico. Estos efectos son especialmente relevantes, considerando que factores como la hipertensión, obesidad y sedentarismo están estrechamente relacionados con el riesgo de demencia.
Beneficios cognitivos, funcionales y emocionales
La actividad física no solo mejora la función cerebral a nivel biológico, sino que también se asocia con mejoras en el rendimiento cognitivo, en especial en áreas como la atención, la memoria de trabajo y la función ejecutiva. Estudios longitudinales han demostrado que las personas con Alzheimer que realizan ejercicio regularmente presentan un menor declive en las actividades básicas de la vida diaria.
En el plano emocional, el ejercicio contribuye a reducir síntomas de ansiedad, depresión y apatía, comunes en esta enfermedad. Al generar rutinas estructuradas y ofrecer un entorno de interacción social, las sesiones de ejercicio también aportan un componente psicosocial que mejora el bienestar general del paciente.
Tipos de ejercicio recomendados y pautas de prescripción
Según los expertos del Grupo HealthyFit y la Universidad de Vigo, una intervención eficaz debe ser individualizada, progresiva y supervisada por profesionales cualificados. Las recomendaciones actuales incluyen:
Ejercicio aeróbico: como caminar, nadar o andar en bicicleta, de intensidad moderada (50-70% de la frecuencia cardíaca máxima), durante 30-45 minutos, 3 a 5 veces por semana.
Ejercicio de fuerza: dos sesiones semanales, con énfasis en grandes grupos musculares, mejora la funcionalidad física.
Ejercicios de equilibrio y coordinación: fundamentales para prevenir caídas.
Ejercicios cognitivo-motores: como el dual-task training (tareas cognitivas + físicas simultáneamente), especialmente efectivos para mantener la funcionalidad cerebral.
Es importante que estos programas sean seguros, adaptados a las capacidades de cada paciente, y que incluyan una progresión lógica en volumen e intensidad.
Consideraciones prácticas para cuidadores y profesionales
Los cuidadores y entrenadores deben tener en cuenta el estado clínico del paciente, sus intereses personales y su nivel de dependencia. La adherencia es un factor crítico, por lo que el diseño de sesiones debe contemplar la motivación, el disfrute y la rutina. Actividades grupales con música, juegos o tareas significativas pueden mejorar la participación.
Además, debe garantizarse un entorno seguro, sin obstáculos, con supervisión constante y adaptaciones ergonómicas si es necesario. La educación a familiares y cuidadores también es esencial para fomentar la continuidad fuera del ámbito clínico.
Conclusión
El ejercicio físico representa una estrategia terapéutica con un impacto positivo en múltiples dimensiones de la enfermedad de Alzheimer. Aporta beneficios cognitivos, físicos y emocionales, y mejora significativamente la calidad de vida tanto del paciente como de su entorno. Aunque no reemplaza a los tratamientos médicos convencionales, su inclusión como parte de un enfoque multidisciplinar es cada vez más respaldada por la evidencia científica.
En un mundo donde el envejecimiento poblacional es una realidad, fomentar la actividad física en personas con deterioro cognitivo no solo es deseable, si no necesario. Invertir en ejercicio es invertir en dignidad, autonomía y bienestar.
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