Ejercicio físico en cardio-oncología: una herramienta terapéutica clave para prevenir la cardiotoxicidad
- Francisco Gómez Almeida
- 8 may
- 3 Min. de lectura

En las últimas décadas, el avance en los tratamientos oncológicos ha mejorado significativamente la supervivencia de los pacientes con cáncer. Sin embargo, este progreso ha traído consigo un aumento en la incidencia de efectos secundarios cardiovasculares derivados tanto de la propia enfermedad como de sus terapias, un fenómeno conocido como cardiotoxicidad. En este contexto, la cardio-oncología se ha consolidado como una disciplina emergente centrada en la prevención, detección y tratamiento de los efectos cardiovasculares asociados al cáncer y sus tratamientos.
Uno de los pilares más prometedores es el ejercicio físico prescrito de manera individualizada, el cual ha demostrado tener un impacto positivo tanto en la salud cardiovascular como en los propios resultados oncológicos.
Evidencia científica: ¿por qué el ejercicio es esencial?
Diversos estudios clínicos y revisiones sistemáticas han puesto en relieve el papel protector del ejercicio físico frente a la cardiotoxicidad. En particular, una revisión publicada en JACC: CardioOncology expone cómo el ejercicio actúa como una intervención no farmacológica eficaz para prevenir o mitigar el daño cardíaco inducido por quimioterapia, inmunoterapia y terapias dirigidas.
Los mecanismos fisiológicos propuestos incluyen:
Mejora de la función endotelial.
Reducción de la inflamación sistémica y estrés oxidativo.
Regulación del metabolismo cardiaco.
Aumento de la capacidad funcional y reserva cardiovascular.
Además, se ha observado una reducción significativa en biomarcadores de lesión miocárdica (como troponinas) en pacientes que realizan entrenamiento físico durante el tratamiento oncológico.
Prescripción individualizada: clave del éxito terapéutico
Según la Sociedad Española de Cardiología (SEC), el éxito de las intervenciones con ejercicio en pacientes oncológicos depende en gran medida de una prescripción individualizada, que tenga en cuenta factores como el tipo de cáncer, el estadio de la enfermedad, los tratamientos recibidos, las comorbilidades y el estado funcional del paciente.
En este sentido, se destacan los siguientes formatos de ejercicio como los más eficaces:
Ejercicio aeróbico moderado a vigoroso (caminar rápido, bicicleta, natación).
Entrenamiento de fuerza progresivo (uso de pesas o bandas elásticas).
Entrenamiento interválico de alta intensidad (HIIT), en contextos clínicamente controlados.
Se ha comprobado que la combinación de ejercicios aeróbicos y fuerza produce mayores beneficios que cualquiera de ellos por separado.
Impacto más allá del corazón: beneficios oncológicos
La actividad física no sólo contribuye a preservar la función cardiovascular, sino que también tiene efectos directos sobre la progresión tumoral. Estudios experimentales han evidenciado que pacientes con cáncer que realizan ejercicio presentan:
Menor tasa de crecimiento tumoral.
Mayor respuesta a los tratamientos antineoplásicos.
Mejor perfil inmunológico y metabólico.
Incluso en pacientes con enfermedad metastásica o refractaria al tratamiento, la actividad física ha demostrado mejorar marcadores clínicos y la calidad de vida, lo cual redefine su rol como una intervención terapéutica transversal.
Retos y perspectivas en la cardio-oncología
A pesar de la evidencia creciente, la implementación de programas estructurados de ejercicio en cardio-oncología aún enfrenta barreras significativas:
Falta de formación específica entre profesionales sanitarios.
Escasa financiación para programas integrados de ejercicio clínico.
Limitaciones logísticas y estructurales en centros oncológicos y hospitalarios.
Instituciones como la Universidad Politécnica de Madrid están impulsando líneas de investigación que buscan protocolizar el ejercicio en supervivientes de cáncer, demostrando que su inclusión no sólo es segura, sino también eficaz y coste-efectiva.
Conclusión
El ejercicio físico debe ser considerado una estrategia terapéutica de primera línea en cardio-oncología. Su implementación temprana, segura y personalizada puede reducir significativamente la carga cardiovascular en pacientes oncológicos, mejorar la adherencia a los tratamientos, e incluso influir en el pronóstico global de la enfermedad.
Es imperativo que oncólogos, cardiólogos, fisioterapeutas y otros profesionales de la salud trabajen de forma coordinada para integrar el ejercicio en el plan terapéutico de los pacientes. La medicina del futuro será, sin duda, más activa.
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